Descripción del proyecto
Más allá del arte-terapia y el arte recreativo
Javier Aguilar Icaza © – Barcelona – 2014
Algunas consideraciones “… Partieron las ninfas. Dulce Támesis, fluye suave hasta que termine mi canto. El río no arrastra botellas, bolsas, cajas de cartón, pañuelos de seda, colillas ni otros testimonios de noches de verano. Partieron las ninfas. Y sus amigos, ociosos herederos de accionistas, partieron sin dejar sus direcciones…”
“La tierra baldía” T.S. Eliot (1922)
El arte es un vehiculo vital para cualquier que quiera elaborar y expresar ideas y sentimientos sobre los temas críticos que nos afectan. El alma y lo bello son preocupaciones antiguas, pero no muy útiles ni muy prácticas para nuestras apuradas vidas; requieren una atención paciente, detallista y concentrada. Requieren un cierto cariño. Y si la cuestión hoy es la velocidad, lo útil, lo práctico, lo factible, tenemos un panorama muy gris. Pensándolo bien, ¡el gris es también un color sutil y misterioso! El darwinismo nos ha enseñado que sobrevive lo más fuerte, lo que se adapta y compite. Y así, la puesta en práctica de estas ideas nos ha puesto a correr y a competir a todos en el juego faustiano. Por eso vivimos en sociedades donde no sobrevive lo más bello. Lo sutil, el detalle, lo diferenciador, lo quieto y discreto se descartan porque lo vital es grande y poderoso. Cada conversación tiene que abarcarlo todo, ser la última palabra.
El anima mundi y la belleza de Afrodita, que desea que notemos su toque en todas las formas representadas a nuestro alrededor, se evapora en una realidad de gigantismo y titanismo tecno-regulador. La noción de res extensa de Descartes ha servido durante siglos y generaciones para convertir el mundo en un inmenso campo baldío, lleno de basura. Le ha vaciado completamente a éste de su sorprendente delicadeza y de su alma. Nuestra superioridad humana se ha desarrollado, entonces, por la manipulación del cadáver por parte de nuestra tecnología. Y como resultado, la tecnología desarrollada ha esclavizado la energía humana. Una contradicción, dirán, nos ha liberado para poder consumir, y ¡ahí está la esclavitud! Como J.C. Ransom deja claro – “La implicación de la industrialización es que el trabajo es un recurso que se puede utilizar, y el tiempo no usado en el trabajo se puede utilizar luego en el consumo de los productos del industrialismo.”
La belleza cobra hoy en día una dimensión para nuestras vidas de una importancia inmensa y vital. El arte post-contemporáneo también está en crisis. Su nacimiento con el angst existencial de los creadores del XIX desembocó casi un siglo después en la postmodernidad, en una especie de nihilismo satírico de la fama y el dinero. Esta revolución, que comenzó vaciando de decorado la estética del siglo XIX, fue progresivamente ‘secándose’ completamente de lo sensorial y de lo representativo. Se embarcó, junto con la tecnología y un cartesianismo racional apolíneo, en una senda de sequedad e impotencia sensorial. La belleza resulta ser una palabra sospechosa y políticamente incorrecta en nuestros días (soy conciente que es un término/palabra muy minada). El arte postmoderno es grande, ruidoso y caro. Se respira un cierto cansancio, cinismo e impotencia en el medio. Algunos artistas cotizan como estrellas mediatizadas y se describen sus hazañas en las páginas de inversiones financieras de los diarios. La discusión es el dinero en realidad, el dinero hablando del dinero.
Donald Kuspit deconstruye elocuentemente este proceso y el panorama de la postmodernidad en su libro “The End of Art”. Hay otros artistas que siguen su proceso de una manera mas paciente y modesta. Paradójicamente, Internet ha traído una conexión bienvenida entre miles de aficionados al arte. El referente del ‘arte profesional’ ya no es necesario entre miles de personas que intercambian imágenes de sus obras pictóricas. La organización de Urban Sketchers ha atraído a cientos de personas que se reúnen para dibujar en la ciudad; ha generado una voluntad de construir una red de amantes del aprendizaje del dibujo y la pintura en muchas ciudades del mundo. Su interés por el dibujo ha devuelto a este arte su lugar primordial.
El arte-terapia se ocupa de elaborar dinámicas psicológicas y crea un lenguaje no verbal esencial para el cliente/paciente. El terapeuta lee, esta vez, no entre líneas, sino entre formas, colores, espacios, marcas… El arte y la activación de lo cotidiano, en cambio, nos ofrece una oportunidad de conectar con ese arquetipo afrodítico que nos llama a notar lo que nos rodea e importa. Esta ‘therapeía de la mirada’ (si se la puede llamar así), consiste en afinar nuestras miradas y recobrar una visión del mundo como si acabáramos de nacer otra vez. Una gafas nuevas. La psicoterapia ha tenido éxito en el aumento de la conciencia de la subjetividad humana a través de la exploración de las complejas emociones individuales. Pero, a la vez, el mundo en el que se establecen todas estas subjetividades se ha desmoronado. Los nuevos síntomas son la fragmentación, la especialización, la depresión, la inflación, la pérdida de energía, la palabrería eufemística y la violencia.
Nuestros edificios resultan anoréxicos, nuestro negocio, paranoico, nuestra tienda, histérica, nuestra tecnología, maníaca. No sólo proyecto mi patología sobre el mundo: el mundo me inunda con su sufrimiento interminable. La psicología siempre avanza su conciencia por medio de revelaciones de lo patológico a través del inframundo de la ansiedad. Nuestros temores ecológicos reflejan hoy que las cosas están muy mal y que el alma que ahora reclama atención psicológica es la del medio y la sociedad. Ya no resulta suficiente el trabajo del terapeuta, solo con su paciente, interiorizando sobre sus dilemas familiares, sexuales y emocionales. El mantra aquel que enuncia que si el analizado conquista conciencia ayudará a cambiar el mundo, resulta un tanto insuficiente. Es una inspiración heroica y apolínea sin sombra. La luz como metáfora contra la oscuridad. La psicoterapia analítica sigue argumentando que si la naturaleza o la cultura se muestran enfermas, esto es debido a las acciones humanas; somos su causa.
Por lo tanto, curad al ser humano en primer lugar, todos en análisis – arquitectos, políticos, profesores, hombres de negocios y entonces el mundo va a mejorar. Esto no quiere decir que debamos de dejar de iluminar nuestra personalidad y buscar nuestro carácter, sino comenzar a mirar alrededor y hacia fuera. Tenemos que dirigirnos hacia donde el alma está más enferma y hacia donde el inconsciente más oscuramente reina: la polis. La ciudad y la calle llaman a nuestras ocupadas y atomizadas vidas. Porque el inconsciente no está quieto; eso es lo que implica la palabra.
¿Dónde hay más inconsciencia hoy? Es seguro que no en la infancia, la familia, la sexualidad, las anomalías sintomáticas, los sentimientos, relaciones, símbolos primitivos… Todo eso aparece en los programas televisivos de entrevistas, en todos los manuales de autoayuda. Ahora, el medio ambiente urbano es el espejo y la introspección es la rabia. Me siento furioso por la injusticia social, el crimen político, la basura en los medios de comunicación, la insensibilidad industrial, la mente corporativa, los ideólogos de la política, la arquitectura horrible… Pero, a causa de mis defensas narcisistas para evitar una explosión de agresión de mi parte, voy al spa, hago ejercicio, medito, corro, hago dieta, bajo mis niveles de estrés, relajo mi cuerpo, estreno un nuevo corte de pelo y me tomo unas vacaciones. Y veo a un terapeuta, que es muy caro pero necesario para mí, porque éste dedica toda su atención a mis problemas acuciantes, y todo dentro de nuestro marco transferencial.
En lugar de indignarme por el mundo, yo trabajo mi análisis, a mí mismo, a mi Yo. Como dice James Hillman “No hay manera de salir de esta consulta terapéutica, propia del Romanticismo y del subjetivismo de su Eros, a menos que nos dirijamos a lo que está más allá de su competencia.” Que nos dirijamos a lo que el narcisismo y el romanticismo dejan de lado: los objetos, lo presente ahí sin atención, lo poco idealizado, lo real, aburrido y urbano: la mencionada res extensa. Al girar nuestra atención psicológica fuera del espejo de la auto- reflexión, hacia el mundo real y a través de la ventana, liberamos la libido de objeto para que se dirija mas allá del encierro narcisista del análisis personal. La libido de objeto no es más que un nombre psicoanalítico para la fuerza-pulsación que ama al mundo, el deseo erótico por el anima mundi, por el alma del mundo. Esto es la libido que fluye hacia fuera, hacia los objetos y absorbe la libido de vuelta de los objetos. Hoy, por la fealdad reinante, el mundo llama a la libido desde la cara de los objetos. Atrae, grita y aterroriza a nuestra sordera y ceguera.
Y nuestro sistema inmune doctrinal declara que son solo proyecciones ya que las emociones están herméticamente encerradas dentro de nuestro Yo. El paradigma ha cambiado, por lo que dice E.E. Sampson: “En pocas palabras, la comprensión de la persona como individuo ya no es relevante para la comprensión de la vida humana» … El caos, la anarquía, la descentralización, la creación de redes, la ecología, la deconstrucción – que deshumanizan al hombre existencial de Protágoras como medida de todas las cosas – obligarán al ciudadano latente en su escondite como paciente a correr y escaparse, impulsado por la libido de objeto hacia un nuevo refugio, entre la comunidad del alma en el mundo. Sólo si dejamos de hablar de tanta economía, estadística, números, datos…, tal vez así, cuando los sentidos se refinen en nuestro análisis, podremos reducir gradualmente ese gigantismo y titanismo (esos eternos enemigos míticos), a los gigantes y titanes de la cultura.
Esa descripción que pretende abarcarlo todo empíricamente sufre de gigantismo, no puede detenerse y respetar las cosas pequeñas, inmediatas y cercanas. Por eso las utopías tienen que generarse con energía titánica, queriendo destruirlo todo para comenzar con otro paisaje humano y terrenal. ¡Son totalgias paradisíacas! La fealdad es mucho más evidente que la belleza al salir a la calle, y vivimos en un mundo que está lleno de ella. Cuando la gente va a casa quiere escapar de aquella fealdad tecno-uniformada, donde el motor de combustión ruge y contamina. Resulta entonces muy importante su necesidad de decorar sus casas, reordenar sus muebles, pintar sus paredes, escoger colores del ambiente, etc. Por eso, nos hallamos ante una gran separación (schism), entre lo que acoge al individuo en su hogar y el espacio público que compartimos todos.
En la calle nos sentimos impotentes ante la falta de belleza. Todo apesta a una gigante utilidad. Y en el centro comercial nos agotamos en ese vacío consumista. Como dice Roger Scruton “Vivimos en una época muy difícil y compleja, donde estamos intentando encontrar una base moral para nuestra sociedad sin la religión como referente.” Una manera de ayudarnos es encontrar la conexión entre moralidad y la estética, porque ésta es como el sentimiento religioso, que trata de respetar el mundo.
Si el alma, como dice Plotino, es siempre una Afrodita, entonces siempre le importa la belleza y nuestras respuestas estéticas son evidencia de la participación activa del alma en el mundo. Nuestro sentido de la belleza y la fealdad nos saca de nuestro hogar a la polis, activándonos políticamente. Al observar y notar lo que nos rodea y responder a ello, con una parálisis de negación o un avance activo, estamos involucrados. Cualquier represión de esta respuesta es, no sólo perjudicial para nuestra naturaleza animal, sino que genera una herida y una represión instintiva humana. La negación de respuesta estética y la ignorancia del impulso estético de la psique es además un insulto arrogante a la presencia del mundo.
Nos sentimos paralizados por nuestra impotencia de reaccionar ante/sobre el hábitat colectivo. Caminar por delante de un edificio mal diseñado, aceptar alimentos mal preparados, ponerse una chaqueta mal cosida, aceptar tener que vivir en una ciudad cada vez más “parque temático”, por no hablar de no poder oír un cierto silencio necesario, o no presenciar el crepúsculo, es ignorar el mundo. Sin embargo, este estado de ignorancia y de anestesia es en gran medida la condición humana moderna. Y está basada y promovida por nuestra economía, nuestro entretenimiento y su dieta diaria de excitaciones, nuestros modos de comunicación y de transporte, y, ante todo, nuestros medicamentos. Nuestro corazón es sabio y valiente con sus percepciones, lo nota todo. Y a menos que no paremos y hablemos en nombre de nuestro sentido de la belleza, el manto conformista seguirá adormeciendo nuestra lengua, nuestra comida, nuestros lugares de trabajo y las calles de la ciudad. En el antiguo mundo griego, el bien y la belleza podrían ser parte de una sola palabra, kalokagathos. El mundo es, ante todo, un fenómeno estético antes de ser matemático, lógico o teológico.
Por lo tanto, la reacción más básica de estar en el mundo es estética. La ética no es suficiente para provocar un cambio en el mundo. Ética solamente, sin estética, no se sostiene. Por ejemplo, el medio ambiente. No estamos motivados para luchar por ello simplemente porque debemos. Por supuesto que somos éticamente responsables de nuestros patrones de consumo y somos culpables por el consumismo. Tampoco estamos motivados únicamente por los altos principios de Gaia: la ecología profunda. Ni por el hecho de que las generaciones futuras tendrán que hacer ajustes, expiaciones y sacrificios.
La motivación principal tiene que venir desde abajo del superyó, desde la profundidad del deseo. Tenemos que, primero, ser conmovidos por la belleza. Porque entonces se despierta el amor. Cuando amas algo lo quieres cerca, lo proteges para que no sea perjudicado. Lo respetas y alimentas. Entonces, no notas sus defectos y riesgos, no te obsesionas por dudas de la rentabilidad, de costes y cálculos, de evaluaciones de precio y valor. Este sentido del amor y cuidado por las cosas nutre las artes y, en el caso de las artes plásticas, hace importante toda materia mundana como enfoque, como su objeto. Solo tenemos que pensar en el bodegón, también llamado ¡naturaleza muerta!, como ejemplo de la valoración por lo cercano, simple, humilde y quieto. La predisposición del artista requiere respeto por lo representado. Este cambio de ver con ojos nuevos es precisamente lo que significa la palabra «respeto «. Ver de nuevo es «respetar.» Cada vez que nos fijamos en lo mismo otra vez, ganamos respeto por ello y añadimos el respeto a ello, y curiosamente descubrimos la relación innata de sus valores plásticos. Veamos la etimología de la palabra que nos ocupa.
“La palabra respeto viene del latín respectus, palabra compuesta por re- y spectrum: ‘aparición’, derivado de la familia de specere ‘mirar’, por lo tanto, respeto sería ‘volver a mirar’, no quedarse con la primera mirada que hacemos sobre algo, revisar la primera idea que nos hacemos de algo y volver a mirarlo. Respetar, tener miramiento.” Si alma se refiere a anima mundi, un ‘alma del mundo’, entonces, como escribieron alquimistas como Paracelso y otros, gran parte del alma se encuentra fuera de la persona. Pertenece también al mundo más allá de tu propia autoridad. O, como dijo Jung, la psique no está en nosotros; estamos en la psique.
Cuando la base de inferioridad se encuentra en una comunidad más allá de lo humano, a continuación, el poder afectivo puede venir de más allá de lo humano, nuestra autoestima no sólo es generada por los demás. Esta autoestima o respeto, entonces, es una autoestima que proviene del mutuo dar y recibir por un sentimiento de comunidad más grande, el sentir profundamente el sufrimiento y la belleza de las cosas ahí fuera, nos coloca al servicio de una visión más amplia del mundo, ofreciéndonos un descanso de ¡las preocupaciones del Rey! Nos convierte más en ciudadanos de la comunidad y sus cosas.
Como han hecho los poetas y pintores por siglos, cualquier cosa humilde y cercana a la que pones suficiente atención, puede traer una bendición: una taza, una silla, una ventana, un árbol, un basurero, un papel en la calle, un plástico… Estamos ocupados comprando y gastando, y estamos deprimidos, centrándonos estrictamente en nuestros problemas en primera persona. Así, el mundo resulta ser un problema. Se interpone en el camino de lo que hay que hacer y lograr hoy, o irrumpe en nuestro estado de ánimo con sus demandas incómodas. La lluvia es una molestia; las noches de invierno llegan demasiado pronto; las cosas se rompen y requieren atención. ¿Cómo es posible entonces amar un mundo que esta lleno de tráfico, contaminación, música ruidosa y café malo? ¿Qué evoca el amor? Como se ha afirmado en muchos lugares y épocas y hemos sentido todos nosotros, la belleza evoca el amor.
Una percepción estética también evoca nuestro cuidado ético. Primero, despertar el aisthesis, respirar la belleza del cosmos: el movimiento minucioso de un insecto, el deshielo de la tierra helada cuando el invierno cede, observar la complejidad del diseño de una piedra, las marcas en la arena cuando la marea retrocede, o escuchar el canto madrugador de un pájaro por la mañana. La belleza asombra y atrae la atención del corazón hacia el objeto contemplado o notado, hacia fuera de nosotros mismos. Nos ayuda a descansar de la manía colectiva centrada solamente en lo humano y sus necesidades de la utilidad. Nos hace querer proteger y mantener el cosmos para otra primavera y otra mañana. Esta es la emoción ecológica, estética y política a la vez.
Las luchas políticas amargas y discusiones técnicas sobre lo salvaje, la contaminación y la energía tienen motivos que no son sólo ecológicos. Tienen, además, razones estéticas profundas sobre la necesidad del alma por la belleza. Lo que ocurre es que nuestra concepción sobre la palabra naturaleza es pobre; no hay una cosa llamada naturaleza, sino una idea de la naturaleza. Cualquier cosa que representa la naturaleza, como el cuerpo sexual, las plantas exóticas, los animales salvajes, los lugares rurales, incluso la música con las olas del mar o con cantos de aves, se convierte en lo idealizado y apasionadamente protegido. Hay una vasta zona entre la naturaleza, por un lado, y las personas humanas, por el otro, que se considera objeto sin alma. La res extensa de Descartes. Lo que se considera falto de alma es el enorme ámbito de los objetos construidos, las cosas con las que convivimos a diario.
Nuestro medio que nos rodea, imaginado solamente como algo material, es decir, funcional. El principio funcionalista ‘la forma sigue a la función’ de Sullivan es el sagrado mandamiento del siglo XX. Esto es algo impersonal y muerto, una naturaleza muerta. Por esto mismo, el medio ambiente urbano, la toxicidad, la inmunidad biológica y la alergia son los problemas de nuestro tiempo. Nuestras ciudades se han convertido en grandes campos de concentración, casi cementerios, donde la gente vive con un deseo de escapar. Al solo considerar la naturaleza ‘hecha por Dios’, el lugar sagradamente animado, convertimos en sombra nuestra ciudad y en la nueva dimensión inconsciente.
Permitimos, así, la devastación de la calle y de la ciudad y por eso la negligencia y la fealdad aumentan en los lugares donde trabajamos y pasamos la mayor parte de nuestras vidas. Una vez que reconozcamos que la necesidad de la belleza se debe tratar y elaborar en muchos lugares, y no sólo en la naturaleza pintoresca y física, nos haremos responsables del alma con nuestras propias manos. Entonces podríamos concienciarnos mejor de que lo que sucede con ella es más bien algo hecho con nuestras manos que algo recibido. Es algo hecho a través de nuestro trabajo en el mundo diario, cercano e inmediato; lo que hacemos con el mundo real debe reflejar la necesidad del alma por la belleza.
Podemos así imitar la forma de la naturaleza y no solo las cosas de la naturaleza. Lo sagrado también se percibe y pertenece a un objeto. Esto ocurre, por ejemplo, en el animismo, donde cualquier objeto puede ser animado o tener alma. Cualquier pequeña cosa podría considerarse que tiene alma: lo que se lleva alrededor del cuello, el recuerdo que trae uno de vuelta de las vacaciones o la pequeña piedra que se recoge en la playa. Estos, también, tienen alma. Cualquier piedra, ya sea en el suelo o en la mano, o tallada en estatua, o utilizada como herramienta, o venerada como amuleto puede ser un objeto con alma. Es decir, ésta se convierte en un tótem o un fetiche, dependiendo de donde se coloca, como se cuida y como se considera ritualmente.
Todo tipo de cosas pueden reflejar el sentido de la belleza, incluso los objetos cotidianos mundanos. Esto depende menos de su origen en la naturaleza, que del trato que recibe de nuestras manos y mentes. Sirva como ejemplo mirar la obra de toda una vida de Giorgio Morandi, que trabajó con elementos sencillos para construir sus bodegones. Su obra siempre fue pequeña. Una vez nos liberamos de la identificación de esa experiencia de belleza única con la naturaleza ahí fuera, podemos comenzar a ver lo que nos rodea aquí cerca con mayor respeto. Además, hay una moral de la artesanía, que consiste en la imaginación moral de las manos, el oído y la vista.
Las artes enseñan a lograr lo inesperado, hacerlo bien, ejecutarlo, elaborar un trabajo honesto que es fiel al objetivo de la obra. Si este es el caso, entonces la nueva respuesta a la vieja pregunta sobre la relación entre las artes y las ciencias sociales es la siguiente: las artes no son un complemento; las artes son más bien el lugar donde se fomenta para todo ciudadano la lectura, la escritura, la música, artes plásticas… Estas actividades, en silencio, al desafiar la anestesia colectiva, activan a la persona imaginativa en el centro de toda la vida social y política. Las actividades artísticas son más que una actividad que vale la pena, ya que articulan la comunicación con el medio que nos rodea diariamente, que está desatendido de forma inconsciente y preñado de belleza latente. Hay que despertar una práctica artesanal sin complejos.
Hay que mirar con respeto las cosas que nos rodean y que no parecen agradables a simple vista y reconsiderarlas. La obra de arte hace posible que las cosas del distrito reprimido del mundo y el alma dejen atrás lo fealdad y entren en lo bello. Podremos pronunciar la palabra políticamente incorrecta belleza primero y luego discutir asuntos relacionados con la misma como la sombra, la melancolía y la belleza del mal. No es suficiente encontrar algo que parece bello en la calle, sino transformar algo despreciado y olvidado con la habilidad de las manos en algo significativo, agradable y atractivo. No nos olvidemos de que el dios Hefesto fue pareja de la misma Afrodita que puebla estas líneas.
Al concentrarnos en lo cercano en nuestra ciudad, incluso en lo más desagradable y feo, hasta en lo repugnante, podemos activar un apetito visual por elementos estéticos como el color, forma, línea, textura, contraste… La belleza se esconde en todo, solo hay que preguntarle a los pintores que trabajan con elementos visuales de cualquier ciudad; incluso algunos escogen trabajar directamente con la basura para transformarla en arte. Una buena muestra de ello la encontramos en el documental “Waste Land” del artista brasileño Vic Muniz, que refleja las transformaciones de nuestra conciencia, la materia, la sociedad y el arte. La basura de Brasil se parece a la nuestra. Con esta actividad artística activamos la imaginación que cobra vida en forma de imágenes.
Estas sostienen y atraen nuestra atención, concentrando nuestros sentimientos, suspendiendo la acción. Las imágenes ofrecen patrones de significado a nuestras vidas, son los elementos universales de la imaginación, lo arquetípico. Acabo este trabajo con un lenguaje arquetípico, mencionando algunos fantasmas que han poblado este escrito. En esta búsqueda de nuestra artesanía terapéutica, reparadora y aliviadora hemos intentado evocar sin hibris: un Apolo y su clarividencia, una Artemisa y sus ocultaciones esenciales, un Ares y su acción enérgica y pasional, una Atenea y su sabiduría consejera, una Afrodita y su formalidad atrayente, un Hermes y sus conexiones aventuradas, un Saturno y su visión cínica y realista y, ante todo, un Hefesto y su fuego y ‘Techne’ creadores.