Algunas consideraciones, preguntas y unas pocas respuestas.

Alguna vez en nuestros encuentros, hemos comentado que los seres humanos somos netamente proyectivos. Es decir, vemos en los demás y en las situaciones que experimentamos (también en las que ideamos o imaginamos) aquello que en nosotros y para nosotros toma carta de naturalidad y normalidad. Creemos algo; y vemos lo que hemos creído ver, en función de lo que creemos. Lo de “ver para creer” queda reducido para lo milagroso o lo paranormal, si acaso.

Esto se hace especialmente evidente a la hora de alabar, criticar o emitir juicios sobre cualquier persona o situación que se nos presenta. La medida de nuestros comentarios la suele dar nuestro equipamiento anímico-psicológico e ideario. De esto resulta que sólo podemos emitir sobre algo, aquello que apreciamos o despreciamos en función de lo que sabemos, conocemos o consideramos sobre la naturaleza humana (en los términos que la cultura, cada cultura, lo designa) y sus producciones.

Aquello que no está consciente en nuestro interior, no lo vemos. No lo podemos ver. Porque no lo creemos. No lo podemos creer. Aquello que no aceptamos o rechazamos por parecernos ajeno a lo lógico (“nuestra lógica personal”) o a lo humano (lo que “entendemos” como humano) o a lo racional (de lo que todos supuestamente gozamos), simplemente no puede ser.

Desde este punto de vista, cualquier situación que un ser humano común no concibe como posible, sencillamente no se puede considerar. No existe.

Todos participamos de esta disposición, puesto que como humanos comunes y aunque además tengamos las lógicas diferencias en función de dónde y cómo vivimos, es la disposición de “serie”. Y desde este lugar común es desde donde Criteri i Consciencia puede hacer el esfuerzo de ir más allá. De hecho, es lo que le da sentido a nuestro trabajo

Solemos comentar que no podemos pensar que somos o estamos ajenos a nuestra historia, puesto que hemos formado y estamos formando parte de ella. Contribuyendo a desarrollarla. Como unos más. No podemos decir que lo ocurrido no nos atañe o no nos afecta, porque no estemos de acuerdo. Tiñe nuestras vidas y tiñe a nuestros iguales también.

Lo que si podemos hacer es destilar de nuestras vivencias y experiencias (no sólo las propias, sino también las que nuestros contemporáneos comparten con nosotros) lo significativo. Y con ello, elaborar nuevas lecturas, preguntas y respuestas de nuestra cotidianeidad. Y cómo la edad no nos ha quitado la valentía (u osadía, en función de lo que de nuestros trabajos salga) podemos atrevernos a hacer aportaciones sobre la realidad. Nuestra realidad. Intentando que los prejuicios y proyecciones nos dificulten lo mínimo posible nuestra labor autoescogida.

Hay una cualidad imprescindible (no la única, por supuesto) para conocer la realidad: la inocencia.    Es esa cualidad que permite acoger cualquier experiencia como si fuera la primera vez y que queda recogida en nuestra interioridad, tal cual. Su introyección genera múltiples reacciones y respuestas internas y a veces exteriorizadas. Sobre todo, en los niños, que son los que tienen la inocencia como elemento insustituible para aprender e integrarse –si pueden- en la realidad.  Los adultos sólo podemos disponer de esa cualidad si luchamos para recuperarla.

La importancia de esta cualidad estriba en su autenticidad, su veracidad. Un ejemplo nos lo da el cuento de “El nuevo traje del emperador”, que como suelen ser los cuentos clásicos, es un dechado de enseñanza simbólica y a veces bastante literal.

Como adultos llenos de experiencias, prejuicios y temores, además de todas las demás atribuciones de nuestros egos, para acoger tal cual una experiencia debemos apartar nuestro bagaje y escuchar y sentir lo que la experiencia en cuestión sea. Requiere disciplina, mucha. Pero se puede lograr, aunque sea una labor continua y exigente.

Lo que si tenemos los adultos es ignorancia. Tanta que comparada con nuestra sabiduría siempre gana lo que nos falta por saber. Por mucho.

Por otro lado, es una labor humana necesaria y encomiable, reconocer la propia ignorancia y luchar para disminuirla. Que además puede tener como efecto secundario beneficioso, la disminución de nuestra importancia personal; el peso de nuestro ego. Y hay personas, grupos y organizaciones que esto lo valoran. Son aquellas que se enfocan en ver qué se puede hacer para construir el bien común. Y Criteri i Consciència quiere ser una de ellas.

Podríamos citar tres elementos imprescindibles para construir cualquier cosa en este mundo: tener los pies en el suelo, ser objetivos e interesarnos realmente por los demás.

Pueden ser también criterios para analizar cualquier cosa que la vida nos traiga, tanto interna como externamente, puesto que en la práctica demuestran su utilidad a la hora de construir algo también en lo social.

Como últimos elementos que incluimos en este documento, para profundizar en el tema propuesto (crisis, cultura y memoria), escogemos la Naturaleza y la verdad.

La Naturaleza porque si somos capaces de observarla y aprender de ella, tendremos un ámbito en el cual sentirnos que formamos parte y que la podemos utilizar para comprendernos, a pesar de nuestra complejidad como seres humanos.

La verdad, porque siendo algo que se puede observar – que no poseer, puesto que no es un objeto- susceptible de ser ampliado y complementado por cuantos más puntos de vista mejor, de conocerla se puede convertir en fundamento personal y cultural.

Recapitulando. Vamos a tratar de ser inocentes en la observación de lo que analicemos. Vamos a tratar de apartar nuestros prejuicios y supuestos saberes de lo que tratemos. Vamos a tratar de ser humildes y asumir (aunque sea por unos momentos) que tal vez seamos ignorantes de lo que creemos saber; que tal vez no hemos sabido leer las cosas correcta y completamente. Vamos a tomar la naturaleza como modelo para analizar lo que ocurre en nuestra realidad, que aunque sea artificial, está generada básicamente entre seres humanos. Hecho esto, vamos a tratar de ver qué faceta o qué verdad hemos podido descubrir o evidenciar.

Estamos al mismo tiempo invitando a quien lea estas páginas, a que se observe en este trabajo. Que pueda notar todo lo que en su interior se puede remover y rebelar ante este intento.

Crisis. Cuando es natural, es una parte de un proceso que ineludiblemente, implicará cambios en quien la vive.

Sea como fase en un proceso de maduración, transformación o enfermedad del individuo o sea cuando deviene en muerte. Las crisis en los seres vivos (plantas y animales, por ejemplo) suelen dar como consecuencia resultados previsibles. En todos menos en los seres humanos.  En nosotros cada fase evolutiva suele culminar con una crisis más o menos sostenida o evidente. Pero la reacción y disposiciones que sobrevengan a cada crisis no siguen un solo patrón ni es del todo previsible. Sobre todo, a nivel psicológico.

Cuando se trata del ámbito social, siendo algo similar (puesto que lo social lo formamos seres humanos, que somos seres naturales) es más complejo de analizar y de diagnosticar.

Vivimos en una época crítica, más que de crisis, aunque esté llena de crisis al tiempo.

Hoy en día cada individuo reclama la individualidad, su importancia individual. Y así, a escala de humanidad. En las últimas décadas es notorio que cada persona quiere que su opinión, juicio y persona sea tenida en cuenta. Que se le reconozca, ya sea por una cuestión de fama y de seguidores de sus “hazañas o méritos” o por su lucha vecinal o social, por ejemplo. Y es así porque en nosotros existe un fuerte impulso que pide que se reconozca que cada individuo tiene algo de singular. De único. Y en cada tipo psicológico se podrá manifestar de maneras distintas. Pero el impulso de fondo, común, persiste. Buscando un reconocimiento individual se muestra antisocial, pero a la vez pide a los demás ser tenido en cuenta, por tanto, muestra su necesidad de inclusión y pertenencia en lo social.

Algo parecido a los procesos que vive un ser humano común en la etapa entre la adolescencia y la juventud, conocido por todos los que hemos vivido esta etapa. Necesidad de ser tenidos en cuenta, diferenciados de todos los demás, pero incluidos en un grupo u organización donde comparte ideología, moda, problemas o hobbies.

Con variedad de respuestas y actitudes, más o menos todo el mundo “supera” esta etapa y se encamina hacia la edad adulta. Siendo clave para su futuro desarrollo como adulto, lo que se grabe en la psique de cada persona al atravesar la juventud, puede anclarse en su personalidad y acompañarle toda la vida. A partir de la juventud, se abre una etapa amplia en la que cada persona puede desarrollar y profundizar sus aspectos fundamentales como ser humano. Pero, cómo integre su etapa juvenil y lo que haya aprendido y comprendido en ella, será clave. Sobre todo, para progresar en su maduración y enriquecimiento o no hacerlo. Aunque se pueda cambiar.

Hasta aquí aproximadamente, hemos dado un leve repaso a cómo actúa la naturaleza en los seres humanos individuales en estos momentos. Naturaleza sobre todo psicológica.

En lo que estamos viviendo a nivel social, no parece que sea el mismo modo de experiencia, entre otras cosas porque a nivel mundial, no opera sólo la naturaleza. No podemos determinar de la misma manera los márgenes o crisis de las distintas naciones o grupos de naciones. Las construcciones, los pactos, acuerdos y desarrollos de planes de acción, nacionales e internacionales, no están alineados con ningún proceso natural. Son artificiales, porque están desarrollados por seres humanos. Más concretamente por intereses de seres humanos.

Cultura. Gran palabra que entraña aquello que sustenta e incluso dota de identidad a personas, pueblos, naciones y épocas.

Cada etapa, en cada lugar del globo, ha dejado señales de los logros, crisis y experiencias que han tenido lugar. En los últimos cinco mil años, hasta en forma escrita. Antes a través del arte, la artesanía y la tecnología hemos podido observar sus manifestaciones externas.

Desde el Renacimiento hasta nuestros días, aquellos que han ido siendo convertidos en referentes culturales, se han atribuido (o les ha sido atribuido) el dudoso y complejo encargo de “actualizar” o interpretar todo lo acontecido históricamente antes de nuestra época. Y con este filtro, renombrar y dar un significado a todo lo anterior, visto desde el punto de vista que ahora podamos comprender. En el supuesto de que ahora estamos más dotados y somos más inteligentes y capaces de comprender la realidad y lo que les ocurría, que los que lo vivieron. Cambiando sus palabras por las “nuestras” y sus significados por las interpretaciones -que en nuestra época- pueden ser entendidas y aceptadas, según dichos referentes culturales. Y con todo ello, obligarnos a aprenderlo, repetirlo y aceptarlo como la verdad. Una supuesta verdad elaborada de la manera descrita, con el plus de asertividad que dota el apellido de ciencia.

Actualmente estamos siendo testigos de una nueva situación. A pesar de que haya una lectura impuesta (más o menos globalizada) de la historia a partir de los referentes que se han querido encumbrar como tales, en nuestra cotidianeidad y gracias a las tecnologías de la información y la comunicación todos (los del lado capacitado para ello en la Tierra) podemos exponer nuestra visión e interpretaciones de lo que está ocurriendo en tiempo real. También colocar en lugares accesibles aportaciones artísticas (musicales, pictóricas, literarias, etc.) para un potencial conocimiento y reconocimiento de que la cultura contemporánea es plural y múltiple. En este proceso nuestro de individuación, todo el mundo quiere tener un lugar y ser escuchado y reconocido. Cuando avancemos en esta etapa podrá explicarse que la pluralidad de expresiones y experiencias ha marcado de forma indeleble la historia. Es un cambio. También y sobre todo de consciencia. Pero aún es sólo un inicio.

Hemos recogido en nuestro proceso la necesidad de acoger el dolor y el olvido que la cultura que nos han impuesto (desde los criterios y modelos ya nombrados) ha hecho con aquellos que, no estando alineados con dicha imposición y sus derivados, no encontraban lugar de expresión. Valientes organizaciones han mirado el sufrimiento y le han dado y le dan un lugar en nuestras vidas, con el impulso de que sean integradas en nuestras consciencias. Dura tarea, puesto que los que impusieron el olvido no han dejado de tener los medios para mantener en nuestros aprendizajes y medios de comunicación la visión de la historia y los significados que se determinaron como verdaderos “científicamente”.

Siendo la llamada cultura un concepto que tiene múltiples facetas, al final lo que pervive es lo que se asimila socialmente. Aquello que traspasa generaciones y va vistiendo cual folclore las señas de identidad de un grupo, pueblo, nación o etapa. Pero en estos tiempos nuestros ha aparecido lo conocido como subcultura. Aquello que surge al margen de la cultura establecida. Personas y grupos van construyendo y desarrollando producciones, pareceres, opiniones y criterios no convencionales. Sin aval científico muchas veces, pero con aval humano.

Además, hoy en día es factible autoeditar producciones, con lo que elaboraciones no apoyadas por entidades grandes pueden llegar al público. Sin llegar a ser competencia para la cultura impuesta y por tanto mayoritaria, la expresión particular puede ser accesible.

Esta posibilidad evidentemente contiene cualquier forma de expresión, sea en imágenes, texto, etc. De la misma manera que puede vehicular toda la gama de pareceres con o sin filtros éticos, con los riesgos y capacidades que ello conlleva. Riesgo parejo con la expresión voluntaria y sin censura externa. Iremos observando y viviendo qué va aposentándose de ello.

Pero de esta amalgama de estímulos que los seres humanos estamos viviendo, pueden surgir otros espacios. Pueden surgir porque los podemos idear, construir y desarrollar.

Paralelamente al proceso de individualización que vivimos, cada uno de nosotros como representación de la humanidad, podemos esforzarnos por no solamente vivirlo. Podemos reflexionar sobre ello. Podemos trabajar para acoger lo que la humanidad está viviendo y ha vivido y tratar de visualizar los posibles futuros que nos aguardan.

Nuevamente, si tomamos como referencia la naturaleza podremos enfocar este reto. Cuando cada ser humano individual, se siente protagonista de su propia biografía (algo así como sentirse mayor de edad, teniendo edad suficiente para ello, claro está) se plantea posibles caminos para su desarrollo individual. Ha de tener en cuenta su bagaje, capacitación y posibilidades para no fantasear imposibles, que en cualquier caso se derrumbarían si no estaba alineado con su potencialidad personal y social. Luego ya se van haciendo correcciones para adecuar el proceso a los tiempos y condiciones. Esto podría definirse como adecuado y cabal.

Trasladado a lo planteado a escala de humanidad, sería iniciar un espacio de ‘supra-cultura’.  Un nivel de cultura extraído de los significados y significantes. Un nivel exigido por la búsqueda de la verdad que se puede extraer de toda experiencia. Y por supuesto configurada por la pluralidad de visiones que podamos reunir en este proceso. Contra más objetivos seamos, mejor. Contra más contribuyentes a este espacio, mejor.

Cuando los que eligen la cultura que debemos aprender, la diseñan, ya están configurando el futuro que quieren para favorecer a quienes tienen el poder de gobernar las tendencias en el pensamiento, las emociones y las actividades de los que estamos sujetos a sus influencias. Saben también (cuestiones de conocimiento y de estadística) los sesgos a escala humana que sus decisiones podrían generar. De la misma manera que puede preverse que habrá individuos que no se someterán a sus influencias. Una cuestión de voluntades y de consciencia.

Desde este límite que vivimos y con esta perspectiva que deseamos tener y sostener, se yergue como una posición moral necesaria, acometer la construcción de dicha supracultura. Con ese conocimiento (desde la humildad rotunda que tiene nuestra situación) podemos contribuir en la construcción del bien común en el futuro. Sin obviar que el mal común va a seguir existiendo y formando parte de nuestro convivir. Porque es también parte de lo humano y sólo la férrea decisión de someterlo individualmente (quien lo elija y quiera hacer) puede hacerlo desistir. Por muy presente que esté, no es imbatible.

Memoria. Lo que nos permite aprender y sostener nuestro aprendizaje.

De niños la poseemos en dimensión superlativa. Hay mucho que aprender para integrarse en este mundo, que aparece como nuevo para los recién llegados a él. Cada nueva capacidad o cualidad humana que se desarrolla nos exige grandes dosis de esfuerzo y voluntad, que los recién llegados cumplen con holgura porque su dotación vital lo permite. Con entusiasmo la mayoría de las veces, aunque haya episodios dolorosos en los procesos también. Y todo unido nos acompaña al crecer. Y va conformando nuestro cuerpo, pero nuestra psique también. Desarrollándose todo a la par, con sus metamorfosis y cambios, mente y cuerpo guardan recuerdo de sus vivencias, aunque la conciencia guarde sólo los resultados y algunos recuerdos capitales. Pero sabemos que todo lo que vivimos ha contribuido en nuestra formación.

Aprendemos a gatear, a erguirnos y después a andar. Y después corremos y saltamos, los que podemos hacerlo. Y olvidamos lo que costó y los golpes que nos dimos para aprender. Pero andamos; sin pensar en cómo hacerlo.

Aprendemos a hablar, leer y escribir. Y los que lo hacemos no necesitamos volverlo a aprender, salvo accidentes. Aprendemos y olvidamos. Nuestra memoria naturaliza los aprendizajes y los integra en nuestro quehacer.

Todo aquel que hace un trabajo personal, todo aquel que se decide de adulto a revisar su biografía, sabe que puede recuperar sus recuerdos, porque en su interior están. Por muy olvidados que los tuviera su conciencia. También quien precisa de trabajo sobre su cuerpo, ha podido experimentar que en sus músculos doloridos o contracturados al ir resolviendo su daño, han podido aparecer en recuerdos  las situaciones que generaron el problema. Sobre todo cuando ha habido una somatización de conflictos psicológicos. Nuestro ser recoge en nuestra memoria su trayectoria, que nuestra conciencia puede ver.

Muchas veces reprimimos o incluso negamos los recuerdos de experiencias dolorosas o traumáticas. Son aquellas situaciones que nuestra conciencia no puede o no quiere sostener. Puede ser que nos avergüence algo que sufrimos o hicimos. Puede ser una palabra, un acto, un ambiente o un tiempo. Esto también nos conforma en nuestra personalidad, aunque no hablemos de ello y lo ocultemos. A nosotros y a los demás. Y con el tiempo, tal vez hasta lo olvidamos. Pero en nuestra memoria está porque lo hemos vivido. Y muchas veces, la vida nos los vuelve a traer. Recupera nuestra memoria, seguramente porque algo más debemos aprender. Del dolor más intenso y profundo, también podemos aprender.

Siguiendo el modelo que utilizamos en este documento, podríamos ver qué tal está la humanidad en su aprendizaje. Qué relaciones guarda con su memoria, que es la memoria de las personas, de los pueblos, de las naciones y sus generaciones. Qué estamos aprendiendo, que hemos olvidado y porqué. Cuando.

Dicen además que la historia se repite, con lo que haríamos bien en recuperar los recuerdos (al menos los que tenemos los que compartimos este tiempo) para no tener que volver a aprender. Sobre todo aquellas experiencias que nos han generado (como humanidad, a la escala que sea) dolor, sufrimiento y muertes, no naturales, es decir aquellas no generadas por la naturaleza.

Tal vez la historia tiende a repetirse porque aún no hemos aprendido algo sustancial. Porque ahora que estamos aprendiendo a ser individuos, tenemos muchos límites que descubrir y respetar y otros que franquear. Y ya podemos de antemano esperar que sufriremos golpes, aunque no sólo, para naturalizar nuestra individualidad con otros que están en nuestro mismo proceso. Individuos y humanidad.

Precisamente la unión de nuestros recuerdos en este proceso de individuación de la humanidad es lo que puede conformar nuestra memoria colectiva, pero sobre todo consciente. Para aprender y mostrar.

Cuando hay salud, es decir un estado de equilibrio de las funciones y relaciones individuales (también colectivas) todo parece fluir. No tenemos excesiva conciencia de nuestro organismo.  Hasta que aparecen las molestias o el dolor, momento en el que prestamos atención a aquello que nos duele.

Si el malestar está localizado, buscaremos el remedio para erradicarlo. Y si es general, buscaremos más extensa o profundamente para indagar la raíz del mal. Lo hacemos a nivel individual, pero también lo podemos hacer a escala de humanidad, aunque pueda ser más complejo.

Salvo accidentes inesperados, si un mal nos aqueja habrá que buscar sus causas en el pasado. Qué hábitos o situaciones han podido desarrollar tal dolor o daño. Como el mal común sigue presente, si un mal nos daña “de cerca” seguramente buscaremos las causas y el remedio para que no nos afecte a “nosotros”. Una muestra de este egoísmo que estimula el mal común, está siendo (a escala global) todo lo que se está promocionando como interés y preocupación por el estado de nuestra biosfera y planeta. Nos preocupa porque tal vez a nosotros o nuestros descendientes nos afecte imposibilitando una vida de calidad o incluso poder vivirla.

Si recuperamos la memoria unos tiempos atrás, veríamos que en culturas y civilizaciones antiguas esto sería implanteable. ¡Cómo se les iba a ocurrir dañar aquello que les da la vida y la posibilidad de vivirla! Hasta hace bien poco históricamente, la mayoría de los pueblos consideraban la Tierra como un ser vivo y eso desde luego no permitía que el egoísmo individual o colectivo la trataran de destruir. Desde este punto de vista de memoria histórica, lo lógico es detectar la causa de estas conductas destructivas y erradicarlas. Si lo ha originado el consumo de combustibles fósiles, se detiene el consumo y punto. Tendríamos que parar la producción de los que lo producen y dar alternativas inmediatas a los consumidores. Por supuesto hacer que lo que ha causado el mal no se vuelva a repetir.

La solución es lógica y sencilla, pero no se aplica a pesar de que hace décadas que se habla del problema. Y ante esto son pocas las interpretaciones posibles. A saber: o no se puede o no se quiere. Poder se puede puesto que ya hay varias alternativas funcionando con plena normalidad. Entonces sólo queda el no se quiere. Puede ser que no se quiera por la pérdida de poder e influencias económicas y prefieren mantener la tendencia hacia el desastre. O puede ser que no se quiera porque lo que se quiere es precisamente el desastre.

Por muy perverso que parezca (que lo es) cualquiera de estas opciones conlleva daño para todos, incluidos los que lo han generado. No es razonable humanamente hablando. No es ético ni ecológico ni imprevisible, puesto que la maquinaria lleva más de un siglo funcionando y las señales hace tiempo que nos llegan.

La humanidad común no ha generado este problema tan grave. A lo sumo hemos sido cómplices necesarios e inconscientes. Y ahora nos toca, en la medida que podamos y nos dejen, cambiar nuestras vidas por la conciencia que vamos teniendo. Unos hábitos y recursos que nos dijeron que nos iban a facilitar y hacer más agradable la vida. Pero no nos dijeron los costes globales ni las consecuencias. Ni los intereses o los objetivos que buscan los que los crearon y desarrollaron. 

Lo necesario es que guardemos memoria de todo esto que sucede. Quién lo generó y cómo repercute en la globalidad. Y cual lobos con piel de cordero, nos dieron una manzana envenenada que comemos. El mal común puede y lo hace, vivir al día disfrutando individualmente de la situación “privilegiada” que tiene. Olvidándose del daño que causa a otros o a su propio futuro, por no hablar de la Tierra. Pero el que lo generó y lo sostiene contra toda razón y lógicas humanas, no es el mal común. Es un mal genérico. Genera daño y se beneficia con ello y utiliza algunos para sostener y defender su dudoso privilegio. Que es in-humano por sus efectos.

Muchas voces en muchos lugares llevan años denunciando este proceder concreto. Voces sofocadas la mayoría de las veces por las policías que protegen a los políticos responsables sociales de cambiar esto. La única violencia legítima que es la del Estado (los estados, que en esto están de acuerdo) es la barrera infranqueable para que la voz de los individuos conscientes llegue a los políticos. Y así siguen las cosas. Los políticos elegidos por los ciudadanos no cambian lo que nos daña y dañará a todos. Y de nuevo, no lo cambian porque no pueden o porque no quieren. Y el daño sigue aumentando. Cómplices conscientes pues de los generadores del mal.

Puesto que la realidad no es lineal, existen diversas luchas de fuerzas (también en lo político) que están tratando de revertir el problema generado. Contra más apoyadas estén por la conciencia colectiva, más capaces serán de lograrlo. Pero de conseguirlo, no será fácil. Estamos inmersos en el problema que han generado en la biosfera y sus efectos (directos e indirectos) todavía no nos afectan vitalmente a la mayoría. Aún podemos mirar hacia otros lados o hacia nuestro propio ombligo.

Pero sigamos con la memoria de nuestro bagaje humano, para ver qué debemos recordar para aprender. Decíamos que el dolor nos permite fijarnos en lo que nos duele, pero sobre todo buscar las causas que generaron nuestro dolor.  Recordemos que aunque sólo sea una parte de la humanidad que sufre, el cuerpo de la humanidad entera lo padece en alguna medida. Y si no se atiende a esa parte que sufre, todo el organismo tarde o temprano lo sentirá.

Una de las cuestiones más dolorosas siempre es la guerra. En pleno siglo XXI estamos siendo testigos de varios conflictos bélicos, ninguno de ellos justificado por el bien de ningún pueblo.

Por mucho que los que las generan y sostienen desde los despachos o los palacios digan otra cosa. Los que sufren no son ellos, excepción hecha de cuando pierden, los que pierden porque han perdido cosas o poder.

El dolor no se “reduce” a los contendientes directos. No sólo los que luchan se hieren o mueren. Además, se generan oleadas de forzados inmigrantes que, de sobrevivir, se ven condenados al destierro en unas situaciones trágicas. Los que pueden alejarse suficiente de sus países (aunque no haya guerras también se está dando el fenómeno inmigratorio por otros motivos no menos dolorosos) y arriesgándose llegan a los países en paz, no tienen unas buenas expectativas precisamente. Esperamos que sus experiencias nos puedan enseñar lo que han podido aprender, los que puedan hacerlo.

El siglo pasado estuvo también marcado por guerras y tragedias de magnitudes desconocidas hasta entonces. La primera, pero sobre todo la segunda guerra mundial han sido un hito en la historia de la humanidad. Los que la desencadenaron no buscaban tampoco el bien de su pueblo. Mucho menos el bien de los otros pueblos que se vieron implicados en el conflicto. Y todos los soldados y pueblos implicados sufrieron en la cantidad mayor de la historia. En número al menos. ¡Cuánto dolor!

Décadas después, ¿qué hemos aprendido como humanidad de estas catástrofes? ¿Qué se ha aposentado en nuestras culturas occidentales como conocimiento asentado en nuestra memoria? ¿Qué líneas rojas hemos trazado individualmente para no repetir (al menos no en nuestro nombre individual) lo que sustentó el colectivo de los que apoyaban el conflicto? Si vemos que las mismas ideologías que la desencadenaron, actualmente están en alza, parece ser que no demasiado como humanidad.

También en la segunda guerra mundial se dio un acontecimiento que aún nos deja sin voz. Aquello que han llamado holocausto, que significa sacrificio. De una forma sofisticada, compleja y sostenida durante años, se ejecutó un plan para exterminar a toda persona que estuviera vinculada genéticamente con un pueblo: el hebreo. Cerca estuvieron de conseguirlo, con el silencio cómplice de muchos actores. De nuevo, esto no buscaba el bien de ningún pueblo sino todo lo contrario. Y aunque de nuevo contó con la colaboración del mal común de aquel momento, fue proyectado por un mal genérico.

Fue esto tan tremendo, tan insospechado por la gente común (por los propios hebreos sin ir más lejos) que las personas que no estaban “infestadas” por la complicidad o la génesis de la barbarie no podían creérselo. No podían concebir un mal de esas dimensiones concentrado en un pueblo (además de otros colectivos y personas que también fueron incluidos en la misma barbarie, sin batallas) que intentaba en muchos casos ser un europeo más, un ciudadano más. Un mal que legisló el proceso.

No siendo suficiente el exterminio consciente de estas personas, se buscó en ellos y ellas la aniquilación de la dignidad humana, como los testimonios acreditan. Los recuerdos y escritos de los supervivientes han llegado hasta nuestros días para elevar un grito al género humano diciendo: ¡que esto no pase nunca más!

Tenemos la memoria llena de los recuerdos que esta situación generó. Muchos libros e investigaciones se han hecho para documentar y explicar qué ocurrió. Y todos los que tenemos sensibilidad e interés por este tema guardamos en nuestra memoria las imágenes y los relatos de quienes lo vivieron.

Entonces, ¿qué hemos aprendido como humanidad de esta experiencia? ¿Qué se ha asentado en nuestra cultura universal que recoja ese ¡“QUE ESTO NO PASE NUNCA MÁS!”

Sabemos quienes fueron los autores de esta página de nuestra historia reciente. Pero ¿sabemos porqué se quiso sacrificar una cultura concreta personificada en sus portadores, descendientes y otras personas que incluso habían renunciado de esa procedencia? ¿Qué tiene ese pueblo, su genética incluso, para que se decidiera su exterminio? ¿Qué cualidades o características decidieron a sus verdugos (nazis, no lo olvidemos) que debían hacerlos desaparecer?  ¿Qué podían temer de una cultura que hacía milenios no hacía la guerra contra nadie?

Sabemos que hicieron un sacrificio tremendo que no pudieron concluir, según sus objetivos. Sabemos que cuando se ha realizado un sacrificio, porque así lo atestigua la historia, se hacía para contentar o calmar a un dios. También sabemos que cuando esos sacrificios se hacían con seres humanos, la cultura que los realizaba tenía dioses sangrientos y esto ocurría tanto en la América precolombina, como en Europa, la India, Oriente medio, … con sus nombres registrados para nuestro conocimiento. Y por muchos siglos que hayan pasado en algunos casos, sabemos que no son mitos o leyendas, sino verdad. Desconocemos a quién o a qué le hicieron ese sacrificio los nazis y sus cómplices. Pero de ser un dios, su dios, era un dios del mal. El Mal genérico que se deleita y nutre con el sufrimiento de los inocentes.

Este mal genérico no dudó en intentarlo y realizarlo. Y el antisemitismo sigue presente en nuestros días.

Aprendemos y después olvidamos, cuando hemos naturalizado un aprendizaje; cuando ya forma parte de nuestra individualidad. ¿Qué hemos aprendido de esta horrible experiencia que ha atravesado la humanidad?     Lo que si parece es que se está intentando olvidar.  Como obligaron a hacer a los anteriores espectadores de otras barbaries para seguir con vida.

Podemos ir más hacia atrás en la historia. Podemos saltar hasta el siglo XV o incluso hasta el imperio romano. Y aunque la historia escrita difícilmente podrá relatar todo lo que ocurrió, si que podemos plantearnos algunas preguntas que nos den significado, con lo que conocemos.

Por ejemplo, ¿cuándo los dirigentes de las naciones, religiones y pueblos de cierto poder se han ocupado de la dignidad y calidad de vida de sus habitantes comunes?  ¿Cuándo han permitido que las artes y la tecnología fueran patrimonio de sus súbditos también? ¿Cuándo han sido capaces de procurar la pluralidad en las ciencias o en los diferentes cultos? ¿Cuándo se ha procurado algo que encaminara una cultura hacia el bien común?

Aunque hayan ido cambiando (no demasiado en realidad) las formas de gobierno en los distintos lugares con el paso de los siglos, quienes gobiernan se rigen por “libros” en los que hay pocas páginas. Se puede sospechar esto porque no hay mucha variedad.

Podemos ser inocentes y creernos que ahora, como elegimos a quienes nos gobiernan en los lugares que lo hacemos, estamos más cerca de participar en las decisiones y acciones de quienes tienen el poder.  Podemos y muchas veces lo hacemos, delegar nuestro voto y nuestra conciencia en esas personas.

Pero sería hora ya de que no fuéramos ignorantes. Que repasáramos los recuerdos recogidos en la humanidad y sus, nuestras, experiencias. Que compongamos y recompongamos nuestra memoria para ver qué ha ocurrido y ocurre para estar sufriendo lo que sufrimos, como humanidad. Muchos ya individualmente. Siendo inocentes la mayoría de las veces en lo que como dolor nos encontramos.

Nos será difícil encontrar en nuestra memoria común dirigentes que sean veraces. Que realmente se ocupen de nuestras dificultades y desorientación. Que luchen singularmente y busquen alianzas para ser más, contra lo que empobrece y envilece la vida de los humildes. Que dediquen sus vidas a elevar la calidad de los demás a su cargo. De todos y todas. Que consagren sus energías y recursos para planificar un futuro mejor para las personas, la biosfera. Que se ocupen de que los diferentes ámbitos de la vida humana puedan crecer en posibilidades y realidades. Que sólo ansíen la paz y no estén inermes ante la guerra.

Seguramente encontraremos en las páginas de la historia todo lo contrario. El poder ha operado así.

Aunque haya honrosas excepciones en los últimos tres milenios, sólo eso son, de momento. Excepcionales. Y aunque ha habido alternancias en las épocas, entre mayores o menores cotas de sufrimiento basculando en el territorio, las épocas de paz no han sido nunca muy dilatadas. Y las de prosperidad siempre han solido favorecer más a unos (los mismos como clase) que a la mayoría. Esto relata la historia. Hasta hoy día, aproximadamente.

Ahora algunos nos hemos creído que el progreso traería la felicidad para la mayoría. Pero no caímos en la cuenta de que lo diseñaron los delegados de los que siempre han tenido el poder. Por lo tanto, como se está viendo, el reflujo de ese estado del bienestar que nos “vendieron” en Europa como el progreso cultural y civilizado tras las guerras, huele mal. Porque el poder no ha cambiado de manos, en realidad. Sólo parece que ha sido una tregua.

Podemos ser inocentes, pero no ignorantes. Porque nos volverán a dañar si no vemos de dónde procede el mal que nos aqueja. Toda propuesta que plantee quien domina la ciencia y la tecnología, aunque se nos explique como progreso para todos, lo será para quien lo crea. Toda unificación en la cultura (educación, religión, sanidad) en esta época sólo puede satisfacer a quien quiere ser exclusivo. Exclusivo en esa unidad. Toda visión de la realidad y de nosotros mismos que se nos imponga, aunque sea suavemente y “avalada” científicamente, sólo podrá ser útil para quien quiere que seamos de una sola forma. De esto también tenemos recuerdos y de ellos podemos aprender. Aún no toca olvidar.

Estamos en la etapa de la individuación a escala de humanidad. No nos la van a regalar, de la misma manera que cada uno de nosotros hemos tenido que conquistarla para su propia biografía. Cada una con sus diferencias que son las nuestras. Y es sabido que en el empeño de trabajar para conquistar lo que uno descubre como adecuado y posible encontramos las fuerzas y los recursos para madurar y ser y sentirnos útiles. Si es un camino correcto y adecuado éticamente para uno, puede ser inspiración para realizar lo que se considere alineado con los demás que aspiren a lo mismo. Y aprender. Y recordar.

Fernando Artal Marín