A lo largo de nuestras charlas y procesos de debate y desarrollo de temas, hemos podido ver que una gran parte de nuestra conciencia está secuestrada (la común, la que es más generalizada); debido a ésto, generalmente sólo es capaz de percibir aquello para lo que nos han educado, ya sea en la infancia y juventud, en la edad adulta o a lo largo de toda la vida.
También hemos podido observar cómo todos estos procesos que actualmente llaman crisis,*[1] que se dan, mantienen y tienden a apoderarse de las circunstancias de vida de la mayoría, lo están siendo porque hemos delegado la conciencia –y nuestra responsabilidad- (en una especie de filia consentida y fomentada) en unos supuestos pro-hombres (y mujeres) en quienes hasta ahora hemos mantenido depositada la fantasía de salvación. Por eso, aún, una mayoría de la opinión pública les sigue pidiendo (también exigiendo) que arreglen el actual estado de cosas, a pesar de la reiteración de sus formas, porque “para eso les hemos votado”.
La opinión colectiva se construye por los canales mayoritarios con un programa común. Y este programa común, que no es inocente ni ignorante (aunque pueda parecer complejo e incluso incoherente), sólo puede ser equilibrado –en alguna medida- con la conquista individual de la propia conciencia.
La suma de conciencias auto-conquistadas –en las medidas posibles y con las diferencias lógicas- es susceptible de generar marcos de actuación, modelos de desarrollo y direcciones deseables, en la construcción de un futuro mejor. Al menos más cercano a la idea del bien común, que sólo puede excluir a quien no lo desea.
Pero tal como analizamos en nuestro documento “El mal común”, ya no tiene cabida eludir nuestra responsabilidad, culpando a los demás o al mal corporativo. Una época como la nuestra, en la que aparece el anhelo de construir una cultura del bien común, debe tener presente la capacidad de generación o complicidad en aquello que daña objetivamente.
Y para no repetir la misma historia ni desdeñar obstáculos, es preciso tener la memoria correcta. Es decir, escuchar, acoger y apreciar lo que han/hemos vivido las personas, en su interior y en sociedad, en el aprendizaje de discriminar aquello que puede servir a una vida mayoritariamente sana y deseable, de aquello que sólo favorece a una minoría auto escogida o a nuestros egos individuales.
La cuestión sería ¿cómo podemos encontrarnos y trabajar en este proceso, desde posiciones, ideologías y trayectorias biográficas y culturales diferentes, sin imposiciones y con respeto y consciencia?
Buscando los lugares comunes es decir, aquellos ámbitos de la experiencia, de la vida y de los acontecimientos que vivimos como humanidad y que queremos recrear para vivir en dignidad.
¿Podemos encontrar dichos lugares comunes en los tres ámbitos de nuestra experiencia:
- CULTURA, EDUCACIÓN, SALUD.
- POLÍTICA Y JUSTICIA.
- ECONOMÍA, COMERCIO, ORGANIZACIONES EMPRESARIALES?
Ya que se trata de un cambio de modelo social (eso es lo que pretendemos apoyar y desarrollar), podemos preguntarnos:
¿Desde qué valores podemos desarrollar este deseado modelo?
¿Cuáles serán los hitos irrenunciables desde donde podemos construir este nuevo modelo?
[1] Cuando en un futuro se analice lo que estamos viviendo, podrá verse que estas crisis forman parte de una estrategia para impedir asumir la conciencia de lo que ocurre realmente. Entonces se les llamará de otra manera.