EL SER DE NUESTRAS PLAZAS

Para sorpresa de unos y esperanza de otros en las plazas de nuestros pueblos y ciudades se asientan realidades –a través de las personas, claro- alentadas en cubrir y salvar estos tiempos que aparentaban ser apocalípticos. A pesar de las amenazantes predicciones de los agoreros de turno, los carroñeros anímicos del Sistema, los contaminadores de las almas y los generadores de obsesiones y desesperanzas; lo que permanece, lo que se salva, lo que se mantiene y nos mantiene a flote, es el poso de objetividad y de entereza, que siempre palpita en el centro mismo del corazón del ser humano. La ciega confianza en que, a pesar de todo, a pesar de todos los terrores, existe un hilo de continuidad que garantiza nuestra identidad y que nos asegura ser y actuar como debemos hacerlo, porque esto es precisamente la fuente del Yo humano.

Casi imperceptiblemente –como siempre- el tiempo, entidad tan necesaria en una realidad tridimensional, fluye imparable en determinada dirección, pero ahora lo hace en un sentido favorable al género humano y en dirección diametralmente opuesta al sistema establecido.

Aunque sólo sea por la propia necesidad de la dialéctica de la realidad, las oportunidades para los representantes del sistema se van reduciendo después de una hegemonía que podría remontarse a los fenicios, tal vez unos tres mil años.

Como todo en la naturaleza, después de la expansión, indefectiblemente viene la contracción. Después de la diástole, la sístole. Lo que se expresó de forma plena, una vez alcanzada la madurez, inicia, inevitablemente, su decrepitud y su desgaste, y eso exactamente es lo que sucede en estos momentos con lo establecido por las familias oligárquicas durante tantos cientos de años. Sus puntos de apoyo para desplegar todo el mal ejercido se descomponen, porque su oportunidad ha pasado y el tiempo dice que pertenecen al pasado. La humanidad ya no precisa por más tiempo de una rémora que dificulte su desenvolvimiento. Ya hemos aprendido, no sabemos todavía si lo suficiente, del dolor, del desamor, del odio, la venganza, o de la importancia personal. ¡Ya basta! Ya basta de pasar sólo por la ignorancia y sufrimiento, de estar en manos de un sistema corrupto. Ahora toca invertirlo.

Ahora, lo que nos pertenece por derecho es la recuperación de nuestro legado humano, de nuestra naturaleza como ciudadanos de este planeta. Las veleidades del sistema ya han desempeñado su papel histórico. El ser humano sabe qué es lo que puede esperar de sus cantos de sirena y poco a poco, pero con firmeza y convicción, cada vez más mayoritariamente, ya ha hecho su elección y se ha desinteresado de tales confusos avatares. Los presupuestos materialistas reduccionistas se van a ir haciendo cada vez más insostenibles y menos sustentables por ninguna experiencia objetiva, y sus adherentes serán, cada vez de forma más señalada, únicamente los lacayos del Sistema Establecido.

Las condiciones latentes en la humanidad tienden, de una forma imparable, a una globalización extensiva a todo el planeta, en la cual, determinados presupuestos básicos para la convivencia deberán llegar a ser aceptados eventualmente como una realidad operativa, en función de lo inevitable de su necesidad y de sus coherencias intrínsecas:

Estos presupuestos básicos son:

  1. Tolerancia interracial.
    Multiplicidad cultural.
    3. Distribución racional y generalizada, sin bolsas de exclusión, de todos los bienes y servicios.
    4. Gestión razonable del ecosistema.
    5. Establecimiento de una forma de gobierno federativo, que otorgue la máxima autonomía a sus unidades integrantes, de carácter democrático directo, no delegable, interactuante y responsable en todo momento de los resultados de su gestión.

Todos estos son valores universalmente aceptados por el género humano. La inmensa mayoría de las personas los reconoce como verdaderos y adecuados, y si no se ponen en uso, es únicamente porque determinadas minorías se oponen a ello, con un esfuerzo antinatural, pero que cada vez se sostiene de una manera más artificial, porque la mayoría, aunque sea de una forma subconsciente, sabe en función de qué criterios quiere ser gobernada y gestionada.

Queremos que se produzca, por fin, el anhelado retorno del péndulo dialéctico, de tal forma que los planteamientos que el sistema ha establecido de una manera totalmente forzada y artificial, para suministrar un respaldo ideológico a todas sus actuaciones, y de los cuales el llamado ‘Pensamiento Único’ es la muestra más fragante, sean reemplazados por fin por los criterios que toda la humanidad masivamente reconoce e intuitivamente acepta como los únicos factibles para garantizar su continuidad y supervivencia.

CiC