Descripción del proyecto

Libertad para educar, responsabilidad de la comunidad educativa.

La Declaración de los Derechos humanos proclama en su

Artículo 26

1.- Toda persona tiene derecho a la educación.

3.- Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.

Aunque un análisis detallado de dicha Declaración pueda resultar cuanto menos de posible crítica en muchos de sus artículos (y no sólo por los incumplimientos flagrantes de las naciones y sus gobiernos), pienso que puede ser interesante tomar los artículos reseñados para encarar el tema que considero fundamental y que da título a este documento.

La comunidad educativa la forman los agentes implicados directamente en la educación: madres, padres, profesionales en la docencia (y personas de apoyo en la gestión de los centros) y las personas sujetas a la propia praxis educativa, ya sean, menores o mayores de edad. Los adultos son los responsables naturales en el desarrollo de los menores (sobre todo) y para los mayores de edad (universitarios y adultos) los profesionales responsables de su madurez educativa y formativa.

Toda intervención de las administraciones públicas en el quehacer educativo, sobre todo en la línea de homogeneizar objetivos, curriculums y evaluaciones, sobra. Sin embargo su participación es crucial a la hora de garantizar lo que los Derechos humanos exhortan: que los padres tengan derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos. Y los sistemas educativos son estructuras que los gobiernos y partidos políticos se están encargando de obligar a ejecutar, al margen de familias y demás agentes implicados. Control.

Como diría (y no sólo) Wilhelm von Humboldt, estadista y hombre de estado prusiano (1767-1835) en su tratado de 1792 Ideen zu einem Versuch, die Grenzen der Wirksamkeit des Staates zu bestimmen (Ideas para un proyecto de delimitación de la efectividad del Estado) :

La auténtica finalidad del hombre —no aquella de inclinación cambiante, sino la que la infinita e inmutable razón le dicta— es la educación máxima y más equilibrada de sus fuerzas para formar un todo. Para esta educación es la libertad la primordial y la más imprescindible de las condiciones. (…) Precisamente aquella, que surge de la unión de la diversidad, es el bien más alto que da la sociedad y esa diversidad se pierde con certeza en el mismo grado en el que el Estado se entromete. De hecho, no son los miembros de una nación los que viven entre sí en sociedad, sino que son súbditos aislados los que se relacionan con el Estado, es decir, con el espíritu que rige su gobierno, de tal forma que la superior fuerza del Estado impide el libre juego de fuerzas. Causas similares producen efectos similares. Es decir, cuanto más interviene el Estado, más semejanzas presentan no sólo los efectos, sino también lo realizado. (…) Pero de aquel que razona así para otros se sospecha, y no sin razón, que desconoce al hombre y quiere hacer de los hombres máquinas.

Esto escribía en el período de gestación en Europa de los ideales de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Este noble (en la doble acepción del término) prusiano estaba en sintonía con otros hombres y mujeres de esa época, nobles aunque no todos de cuna, también implicados en la transformación que podría haber vivido Europa si se hubiera podido desarrollar la simiente de lo que sus ideales preconizaban. De momento no ha podido ser.

Lamentablemente Humboldt fue apartado de sus responsabilidades de Estado antes de poderlas desarrollar. Y su labor (aunque debiera actualizarse) queda pendiente. Los peligros que él señalaba en el caso de la intervención del (y los) estado (s) en la educación de sus ciudadanos, se han convertido en la norma a nivel (casi) mundial. Ya no es que exista el pensamiento único, sino que se ha implantado el modo casi único de aprender, cómo aprender, cuándo y qué aprender. Y escribo casi porque siempre hay excepciones, por fortuna.

Esta forma de proceder y de implantar sistemas no es sólo un error teórico o metodológico. Es una forma (más o menos) deliberada de atentar contra la naturaleza humana. Y en esto radica el principio del problema con que nos enfrentamos los que hemos hecho, de la responsabilidad educativa, nuestra labor y el despliegue de nuestra vocación. En general para lo único que se tiene en cuenta lo que llamamos naturaleza humana en los sistemas educativos, es para ordenar el apelotonamiento de contenidos y procedimientos (tóxicos o adecuados) que los sujetos deberán -si o si- ingerir e intentar colocar en su interioridad. Y en plena expresión del darwinismo social que sustenta a dichos sistemas, aquellos que más reflejen lo que se les ha suministrado, mayores probabilidades de supervivencia tendrán. O eso nos dicen. Y en este proceso, la naturaleza (no sólo individual) de cada niño y niña, sólo cuenta para ver cómo se la puede dominar para que encaje y se adapte.

La zanahoria que supone el slogan de que debe haber igualdad de oportunidades para todos, partiendo de una enseñanza común, sabemos por experiencia que en la práctica es una falacia. Y como tal, ya sería hora de no aceptarla más porque ya hemos constatado sobradamente que de falsas promesas (que son doblemente falsas, porque encima la zanahoria cuando se come se acaba) no se puede construir ni sociedad ni futuro. La tendencia económico social da fe.

Reclamamos la necesidad de libertad en la educación. Pero también la responsabilidad que conlleva todo acto de libertad. Responsabilidad que implica interés, conocimiento refrendado por la experiencia y amor por el arte de educar y sus receptores y receptoras. Y consciencia.

Los que formamos la comunidad educativa no podemos delegar más la consciencia. Ni en ministros, ni en leyes –efímeras, además-, ni en sistemas educativos, ni en supuestas evidencias científicas ni en el informe Pisa. Si algo de todo esto, pudiera ser útil en algún caso, bueno será utilizarlo por el bien de los casos que lo precisen. Pero no como las tablas de la ley. La nueva ley impuesta por la “ciencia oficial” y sus estamentos derivados.

Los profesionales de la educación llevan ya demasiados años (en casi todo el mundo) luchando –sin saberlo muchas veces- contra la naturaleza de sus alumnos (y muchas veces las suyas propias), para hacerles permeables a los dictados legislativos, políticos, ideológicos y económicos que los sistemas exigen. Con la amenaza de pérdida de empleo, a o i-legalidad, pero sobre todo descrédito. Soledad.

En el mejor de los casos, individuos aislados (más o menos reconocidos fuera de su aula) o equipos comprometidos con su labor, prueban de innovar (y el sistema lo permite, inteligentemente) para dar con su trabajo oportunidades a que los niños, niñas y jóvenes puedan expresar y experimentar procesos más afines con lo que de humano está por desarrollar en ellos. Estas iniciativas singulares no son por lo general suficientemente reconocidas, como para elevar sus logros y conquistas a la categoría de necesarias. Y suelen englosar la lista de experiencias interesantes en la historia contemporánea de la educación, referentes para el trabajo de quienes lo quieran hacer e investigar sobre ello y poco más. No trascienden.

El aparato creado para desarrollar El sistema educativo (las diferencias locales poco influyen; prueba de ello es que se puedan medir los “resultados” locales y compararlos a nivel internacional) es demasiado grande y poderoso como para preocuparse por “experimentos”. Está bien para el mantenimiento del sistema que se vayan haciendo, porque así puede alardear de permitir que hayan pequeñas experiencias que “mejoren” el sistema educativo. Es la interpretación que se da. Porque en boca de muchos está que “hay que cambiar o mejorar el sistema educativo”. Y los estamentos oficiales, además de todos los sistemas de control que ya existen, crean pruebas de nivel en determinados cursos para evaluar LOS CENTROS Y REGIONES y los percentiles que les alejan o acercan a la media “deseable”. Para mejorar-dicen- subiendo y bajando las horas de impartición de materias según los casos , Centros y zonas.

Precisamente en el esfuerzo de humanizar dicho sistema, muchos profesionales (y padres y madres, desde las AMPAs también) se esfuerzan día a día, curso a curso, para paliar los efectos patogenéticos que el sistema ocasiona –por desgracia- sin la conciencia de que es éso lo que hacen ni de la importancia (más que normalmente enfocada hacia sus trabajos singulares) que tiene. Es gracias al trabajo, esfuerzo y dedicación –también al miedo- de estas personas que sí forman parte de la comunidad educativa, por lo que lamentablemente el sistema se sigue perpetuando. Pero también que los alumnos reciban a pesar del sistema, atención humana.

El Sistema educativo se ha “naturalizado”, es decir, lo han convertido en algo natural, lógico y consustancial con el crecimiento de las personas. Obligatorio, general, ordenado, común y con cierta capacidad de cambio y adaptación a las necesidades del momento y situación, como por ejemplo está ocurriendo con la “integración” de las tecnologías en las aulas. Y así nos lo hacen ver. Pero no es cierto. No es natural ni lo hemos elegido ni siquiera los integrantes reales de la comunidad educativa. Es una imposición. Con muchos argumentos, pero imposición para todos. Sólo los poderosos pueden escoger la educación para sus hijos, que no tiene porqué ser la mejor para todos, aunque sí tal vez para ellos.

La pregunta que se deriva de estas cuestiones capitales, en la vivencia que tenemos dentro de todas estas problemáticas, delante de la situación y consecuencias que se generan a causa del sistema es: ¿cómo podemos mejorar el sistema?

Esto genera un debate eterno y mucho trabajo y esfuerzo para quienes se entregan a la labor de reunir argumentos y razones en pro y en contra. Sucede algo parecido cuando se plantea cuál es la verdad respecto a si hay que contemplar la realidad (y estudiarla y aprenderla) desde la teoría evolucionista o la creacionista. Otro debate que puede ser eterno y que no tiene porqué acabar convenciendo al “otro”.

El sistema plantea estas cuestiones “trascendentales” para centrar nuestra atención y nuestros debates y trabajo. A nivel político la estrategia no es muy diferente. Pero son cortinas de humo. Mientras estamos pendientes de los debates que nos plantean, lo esencial no se toca.

El sistema ES el nudo gordiano. No se puede desanudar porque está muy bien hecho. Y el “imperio” que nos espera para conquistar (emulando la hazaña de Alejandro) es la libertad cultural, la libertad para educar. Potencia que no nos va a ser entregada. Igual que la auténtica libertad individual, sólo puede ser conquistada con mucho esfuerzo, coraje, consciencia y humildad. Tampoco se trataría de ser antisistema, en el modo destructivo de lo existente. Ir a la contra pocas veces en la historia ha sido capaz de construir algo (por sí) duradero y mucho menos integrador o respetuoso.

La clave, desde la perspectiva que lo estamos analizando, estaría en la naturaleza humana.

En estos albores del siglo XXI no hay una única interpretación de lo que significa ser humano. Y esto si es trascendente. No es lo mismo ver un niño o niña (o verse en el espejo) y concebir lo que vemos como fruto de una evolución de un protozoo accidental, que concebir lo que vemos como algo que fue vaca, antes de romero o piedra y ahora es hombre. O un alma que nace una vez para vivir y morir, ir al cielo, al purgatorio o al infierno para gozar (o sufrir) de la eternidad. O un ser espiritual que encadena vidas en la Tierra. O una amalgama de moléculas agrupadas por el azar que nace, crece, se reproduce y muere. O …  Los valores y ética que organizan el desarrollo de lo humano en cada visión (y por supuesto del resto de lo que existe) difieren y mucho. Y de nuevo en este punto podría plantearse el debate de si ciencia o religión.   Humo.

Aunque en algunas de ellas lo religioso señale lo fundamental (la ciencia con sus dogmas no se apartaría mucho de ello), a la hora de la educación escolar, lo religioso como culto y rito no sería en Occidente de constante presencia en las clases. En general se rechaza. Pero cómo se ordenarían las fases del aprendizaje, en cada caso, en cada interpretación de la realidad, difiere profundamente. Qué valor se le daría a lo que hagamos y conozcamos y para qué, sería distinto. Qué significa el universo, sus leyes y fuerzas y cómo y para qué existen (quién así lo considere), diferiría.

No es lo mismo. Pero no hay duda de que actualmente en el mundo (como mínimo) existen estas visiones acerca de la naturaleza humana. Y la mayoría de padres, madres, docentes y personal del entorno educativo (la comunidad educativa, en definitiva) tienen alguna de estas visiones respecto a lo más importante para ellos (nosotros): los hijos.

El modo común de plantearnos las cosas en nuestra “cultura”, nos llevaría (si se permitiera) a hacer una elección democrática de cuál es la visión e interpretación que goza de mayoría y aplicarla en todas partes. Y sobre todo que cada cuál hiciera fuerza para que la visión propia se impusiera a las demás para no perderla y porque es la mejor. De nuevo, darwinismo social camuflado “democráticamente”. Sólo los más fuertes y que mejor se adapten …

El auténtico reto está en respetar la pluralidad, en primera instancia. Ningún ser humano singular ha creado una sola de estas visiones de la realidad, pero somos muchos que participamos de ellas; de una, de varias o de ninguna, que también es una forma de estar en la vida.

Reclamamos libertad para elegir qué tipo de educación queremos aplicar sobre nuestros hijos.

Y aquí podríamos empezar a ver el elemento responsabilidad que va asociado.

Los profesionales del mundo docente podrían desarrollar en libertad su programa o modelo de intervención educativa. Algunos podrían echar mano de lo conocido para mantener su trabajo. Pero muchos podrían por fin expresar su modo de ver la realidad y el ser humano. Plantear cómo desarrollar a los niños a su cargo y en qué valores basarían su desempeño. Cómo plantear el trabajo y desde qué perfiles profesionales, para conseguir la “excelencia” y la mejora continua dentro de su organización. Cuál sería el modo de valorar a sus alumnos y cómo se podría resolver las carencias o deficiencias que aparecieran (tanto del propio equipo como de sus alumnos). Nada extraño para una empresa (humana) que quiera existir y mantener su proyecto en el tiempo, ganando en calidad. Máxime trabajando en algo sagrado o extremadamente importante como es el desarrollo de seres humanos.

También sería necesario establecer puentes con otros planteamientos educativos, afines o distantes al propio, para no perder NUNCA de vista la pluralidad en la convivencia. Y esto también sería responsabilidad social de la profesión docente.

Por supuesto sería imprescindible la existencia de un órgano de cooperación y desarrollo permanente con las madres, padres y tutores de los alumnos. De escucha, apoyo y colaboración. Sería el núcleo de la comunidad educativa en cada centro.

Las familias de estos alumnos también deberían crecer en responsabilidad para estar en consonancia con este planteamiento libre. Habría quienes delegaran (por desconocimiento o inercia) la educación de sus hijos en la escuela más cercana o recomendada por otros. Pero muchos podrían elegir por afinidad con el planteamiento de cada centro educativo, dónde educarían a sus hijos e hijas. De esta manera la educación impartida y recibida sería la escogida como mejor de las opciones posibles (de las que existieran) para cada caso singular, desde la perspectiva de los adultos responsables. Hasta las puertas de la Universidad o del mundo laboral.

En ese momento, con la mayoría de edad de los alumnos, el planteamiento se debería adecuar a la situación que esta nueva etapa plantea, para desarrollar o forjar las vocaciones que los jóvenes quieran experimentar. No sería tanto cómo prepararse para encontrar trabajo, sino cómo prepararse para aprender a ser adulto útil socialmente, con el desarrollo de aquellas potencialidades con las que uno se siente en plenitud de posibilidades de aportar y crecer. Y no dejar de aprender, en lo que uno elija para sí y en aquello que los demás expresan.

Este planteamiento podría pecar de naif o “idealista”, si no tuviera en cuenta el mal común (ver nuestro documento “El mal común”), los radicalismos o el peso de las mayorías, entre otros riesgos.

Un sistema político jurídico que velara por el bien común podría resolver dicho problema. Y el modo no es –a priori- de difícil redacción (bocetado en nuestro ensayo “Lugares comunes”).

Volvamos a la declaración de los Derechos humanos. En su artículo 1 dice:

Artículo 1.

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos …

En una cultura del Bien Común, esto no sería (nuevamente) una falacia sino una cuestión fundamental. Nada se contempla como realizable si no parte de esta premisa. Es algo que se ha podido conquistar (en realidad a día de hoy, no pasa de ser casi papel mojado) como derecho en la evolución de la historia, del que no se puede renunciar. Por dignidad humana.

Entonces, cualquier iniciativa pedagógica que no suscriba en sus planteamientos o en los hechos esta premisa irrenunciable, no podría formar una comunidad educativa en este marco de libertad/responsabilidad. En la familia, en los encuentros de amigos, en la intimidad de cada uno, cada cual puede tener unas convicciones que le aparten de lo común. Mientras no intente imponerlo a los demás.

A estas alturas de la historia, con la memoria y recuerdos que los documentos o biografías de esta Europa nuestra reúnen (y del mundo en general), ya no es aceptable discriminación alguna por raza, sexo o religión. Y ninguna de ellas (raza, sexo o religión) puede imponer su prevalencia o primacía. Debemos darnos la oportunidad histórica de convivir en paz y de construir el futuro en libertad, juntos. Y para ello, es necesario poder elegir la comunidad educativa de la que formar parte por afinidad y convicción de que es la mejor para construir el futuro de nuestros hijos, con los demás. Aceptando la necesidad de que exista la pluralidad, como quiero que exista mi opción. Es una forma posible de fomentar la convivencia entre lo propio y lo ajeno en una cultura del bien común.